Cuando mi padre aún trabajaba, durante cierto tiempo, mi madre presidió una mesa de cuestación que en días como hoy plantaba frente a su oficina. Siempre conseguía liar a alguna 'niña de la parada'. Aportábamos nuestro granito de arena, yendo con la hucha calle arriba, calle abajo. Una ayuda contra el cáncer, decías ya de puro cansancio.
Saltabas de alegría cuando alguien introducía un billete de 500 o 1.000. Tú pensabas en el recuento al final de la mañana. Era casi una competición con tu vecina del 6º que tenía la misma edad.
Hoy es el Día Mundial contra el Cáncer y la enfermedad nos sigue marcando.
El optimismo, cuando siempre has creído que es lo mejor que puedes ofrecer, incómoda a quien te sufre. Esto me lleva a otro tema: Uno de mis regalos de cumple que el abandono definitivo de Memorias de Adriano me ha permitido consumir.
La aceptación y felicidad que acaba encontrando el adolescente protagonista de Sin Destino en un campo de concentración nazi asusta y hace que el libro merezca la pena. Una perspectiva nueva del holocausto de la mano de un Premio Nobel, Imre Kertész, que ni siquiera conocía.
"A veces, me bastaba incluso con ver comer a los otros. A nuestros guardias les traían la comida a la fábrica y yo no les quitaba los ojos de encima cuando comían. Sin embargo no me dejaban disfrutarlo de verdad porque comían demasiado deprisa, sin masticar bien, parecían no darse cuenta de lo que hacían (...)
Existen situaciones en que parece imposible que se puedan agravar o empeorar. Yo mismo, al cabo de tanto esfuerzo, de tanto afán , de tanto empeño, acabé encontrando la paz, la tranquilidad y el alivio (...).
No me molestaban ni el frío, ni la humedad, ni el viento ni la lluvia: simplemente no me llegaban, ni siquiera los sentía. Desapareció hasta el hambre, me seguía llevando a la boca todo lo que encontraba, todo lo que fuera comestible, pero sin prestar atención, como por costumbre y de manera mecánica. Si tenían algún inconveniente, lo más que podían hacer era pegarme, y con eso tampoco me hacían mayor daño, sólo me hacían ganar tiempo, puesto que con el primer golpe me acostaba en el suelo y ya no sentía los otros porque me quedaba dormido".
Botchan ha sido el otro gran regalo. Lo comparan con El guardián entre el centeno de la literatura japonesa, pero no creo que tengan mucho que ver salvo la empatía de un protagonista tierno e incomprendido. Botchan es leer dibujos animados. Otra visión amable del mundo.
miércoles, 4 de febrero de 2009
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