
Un catamarán nos llevó en Barbados a una zona donde pudimos ver y dar de comer a las tortugas. Bueno, lo último yo no lo hice que me daba miedín. Compartir con un grupo de treinta personas la experiencia me ofreció una perspectiva curiosa del mundo submarino. Además de tortugas gigantes, estrellas de mar y peces que parecían tiburones, piernas ondulantes de alguna valenciana entrada en carnes y patadas diversas entre quienes se sumergían para tocar caparazones... Simpático espectáculo en azules.
Estoy cansadina. Poco más os cuento. Os dejo una canción que he escuchado estos días, que siempre me ha deja un sabor agridulce, como la sensación con la que he dejado el crucero.
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